Publicado en Turismo 2.0 (9/12/2009)
Diciembre de 2009 es un mes importante, es el mes de la Conferencia de Copenhage, donde se resolverán (o no) serias cuestiones en torno a la sanidad de nuestro planeta y, donde se establecerán (o no) compromisos de los principales países contaminantes hasta, probablemente, el 2020. Es una conferencia que pretende movilizar, incorporar, presionar y comprometer a todos los sectores y países contaminantes. Llevamos más de 17 años hablando del tema -a partir de la Conferencia de Río el año 1992- avanzando con pasos demasiados lentos para la gravedad del tema por lo que hace falta un nivel de ambición comparable al problema del cambio climático. Es tiempo de actuar. Es tiempo de cambiar.
El cambio climático nos exige un cambio turístico porque es un sector que también contamina, siendo el movimiento de turistas uno de los factores, dentro del sector turístico, que más contribuye a elevar los índices de polución. El desplazamiento de turistas aumenta cada año. Particularmente la aviación ha experimentado una rápida expansión a medida que la economía mundial ha crecido. El tráfico de pasajeros (expresado como pasajeros-kilómetros de pago) ha aumentado desde 1960 a un ritmo anual cercano al 9%, o sea, 2,4 veces la tasa media de crecimiento del producto interno bruto (PIB) según un informe del Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, en sus siglas en inglés). Este mismo estudio señala que las aeronaves emiten gases y partículas que alteran la concentración de los gases atmosféricos de efecto invernadero. No obstante, es el transporte que ha quedado más impune ya que las emisiones de gases del tráfico aéreo internacional quedaron exentas de las obligaciones de Kioto y de impuestos de carburante.
Copenhage retomará el tema aunque se desconoce a qué grado de compromiso se llegará. Las opciones son varias, desde la mejora de la tecnología de las aeronaves y de los motores, las opciones en materia de combustibles, la aplicación de normativas, las sanciones económicas como tasas, cuotas e impuestos y, como siempre, la más difícil y la que nadie quiere hablar: la necesidad de reestructurar el actual modelo turístico, que exige replantear la dinámica actual que tanto ha costado a sus promotores y que tanto nos gusta al turista, a las compañías aéreas y a las agencias de viajes, donde el viajar de punta a punta del mundo es algo cotidiano y muchas veces a costos muy económicos y, donde el low cost es nuestro mejor amigo en las vacaciones, ya que nos permite desplazarnos a precios ridículos. Es de esperar que en la cumbre de las Naciones Unidas sobre el cambio climático (7-18 de diciembre de 2009) se garantice la reducción de las emisiones derivadas del turismo internacional, ya que de lo contrario el sector seguirá actuando bajo impunidad, así como también muchos de los países del Norte que tienen un promedio de viajes escandalosamente superior a cualquier país del Sur.
En definitiva, como parte de la solución que plantea el cambio climático en otros ámbitos, obliga especialmente a los países del norte a volver atrás, a gastar menos de todo y, en el caso del turismo, a reencontrarnos con el ocio de proximidad que nos demanda trasladarnos lo menos posible y a que los viajes en avión vuelvan a convertirse en algo esporádico. Hacia la cultura ecológica de la lentitud -completamente opuesta a lo que plantea la aviación- donde se promueve slow food, slow cities y ahora slow tourism. Estas son parte de las posibles soluciones del modelo de “contracción y convergencia”, en el cual los países del Norte deben reducir sus emisiones desde el derroche actual hasta un nivel razonable y sostenible (contracción), en tanto los países del sur aumenten las emisiones para cubrir las necesidades humanas hasta ese mismo nivel (convergencia), a fin de distribuir las futuras emisiones equitativamente entre países y alcanzar el objetivo mundial.
Beatriz Román Alzérreca